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Neurociencias Sociales

  • stevepedrazaweb
  • 31 may 2018
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 10 sept 2020

Las neurociencias modernas sociales estudian la emergencia de procesos, hechos u objetos multidimensionales, multirreferenciales, interactivos (retroactivos y recursivos)




Las neurociencias modernas sociales estudian la emergencia de procesos, hechos u objetos multidimensionales, multirreferenciales, interactivos (retroactivos y recursivos) y con componentes de aleatoriedad, azar e indeterminación, que conforman en su aprehensión grados irreductibles de incertidumbre. Por lo tanto, asumir está posición paradigmática exige de parte del investigador neurocientífico una estrategia de pensamiento, a la vez reflexiva, no reductiva, polifónica y no totalitaria/totalizante.


El Pensamiento Complejo es un pensamiento que relaciona, un “artepensar” y una estrategia del espíritu frente a la paradoja que anima el actual contexto que globaliza y al mismo tiempo fragmenta. El Pensamiento Complejo realiza la rearticulación de los conocimientos mediante la aplicación de sus criterios o principios generativos y estratégicos de su método (Foucault, 1991).


Es una actitud que lejos de remitirnos nuevamente al sopor del entendimiento y a la cómoda reducción esquemática de lo ya sabido (de hecho, fragmentado y acotado) nos reenvía a una especie de vivificación de la situación a través de un repensar provocado por la perplejidad de la complejidad.


Hoy se reconoce una mirada multicausal, ecológica y compleja de los procesos neurológicos en la cual tienen cabida los aportes de autores no neurocientíficos como Edgar Moran, Kenneth Gergen y Urie Bronfenbrenner. Así, muchos conceptos propios de la cibernética de segundo orden han sido incorporados a las neurociencias haciéndola más flexible y relacional, por lo tanto, más compleja en la comprensión del ser humano y menos estructural en sus apreciaciones.


Por otra parte, las neurociencias han desarrollado una visión ecológica, en la que destaca la importancia crucial que se da al estudio de los ambientes en los que el ser humano se desenvuelve. Algo que se considera imprescindible, especialmente si se quiere evitar perderse en descripciones excesivamente detallistas y en el estudio de procesos sin sentido. Al respecto, U. Bronfenbrenner agrega:

“Los fenómenos del mundo son complejos, en ellos convergen multitud de elementos, y múltiples y variadas interacciones en procesos en los que el dinamismo es constante. Un mundo en que la interacción entre la perspectiva social y la natural ha dado lugar a un modelo de organización social que refleja una crisis profunda” (c. p. García, F., 2001; Pág. 2).

En la actualidad mundial todo está interconectado y los conflictos sociales y ecológicos no son tan sólo cuestiones locales o parciales de algunas colectividades, sino verdaderos problemas globales, ante ello es necesario un cambio de perspectiva, que oriente nuevas maneras de abordar el conocimiento de la realidad y que permita tomar decisiones para construir nuevas maneras de afrontar la vida. Los valores dominantes y el peso del determinismo y el positivismo se muestran inadecuados para comprender y resolver las nuevas cuestiones que van surgiendo, así como para crear nuevos caminos para avanzar (Maturana, 1997).

A lo largo del siglo XX el concepto de complejidad se ha integrado prácticamente en todos los ámbitos. Se habla de una realidad compleja, de relaciones complejas de la ciencia de la complejidad, de la teoría de sistemas complejos y del paradigma de la complejidad.


Muchos de los conceptos anteriores, si bien están relacionados entre sí, poseen un significado y un alcance diverso. La ciencia de la complejidad estudia los fenómenos del mundo asumiendo su complejidad y busca modelos predictivos que incorporan la existencia del azar y la indeterminación y es una forma de abordar la realidad que se extiende no solo a las ciencias sociales sino también a las ciencias básicas (Gimenez y Murillo, 2007; Maturana, 1997).


Uno de los modelos explicativos que ha facilitado la comprensión de la realidad en su esencia distintiva es el denominado Modelo de Determinantes Sociales. Este apunta tanto a las características específicas del contexto social que influyen en la salud como a las vías por las cuales las condiciones sociales se traducen en efectos sanitarios. Los determinantes sociales de la salud que ameritan atención son los que pueden alterarse potencialmente por medio de una actuación fundamentada.


El concepto de los determinantes sociales de la salud se originó en una serie de críticas publicadas en los años setenta y principios de los ochenta, que destacaron las limitaciones de las intervenciones de salud orientadas a los riesgos de enfermedades de las personas.


Los críticos argumentaban que la comprensión y el mejoramiento de la salud requerían centrar la atención en la población, con la investigación y las medidas de política dirigidas a las sociedades a las que pertenecen esas personas (Krieger, N., 2001). Se expusieron argumentos para “replantear el enfoque tradicional” y pasar de los factores de riesgo individuales a los modelos sociales y las estructuras que determinan las posibilidades que tienen las personas de gozar de buena salud. Una de las críticas centrales la constituye el argumento de que la atención médica no es el impulsor principal de la salud de las personas. Se dirige la mirada entonces, hacia los determinantes sociales, a los “factores que ayudan a que se permanezca sano(a), en lugar del servicio que ayuda a las personas cuando se enferman” (London Health Observatory, 2002)


Los determinantes sociales entonces deberían ser parte de toda propuesta formativa, donde se reconozcan los avances en el área de la salud y se promuevan estrategias promocionales y preventivas encaminadas a mejorar la calidad de vida de la población colombiana. Esto contribuiría a pagar la deuda social que el ejercicio formativo e investigativo tienen con la sociedad, deuda que inició desde el momento en el cual el conocimiento científico paso a pertenecer solo a unos pocos y se guardó dentro de las instituciones universitarias.


Por otro lado, no hay que desconocer la multicausalidad de las alteraciones neurológicas y el efecto de bucle que tienen las mismas sobre otras áreas del comportamiento distintas a la biológica. Todo programa formativo debería brindar una mirada amplia donde lo social, lo emocional y lo relacional tengan espacio. Desafortunadamente, esto se evidencia solo en un margen reducido de programas formativos, ya que muchos sólo tienden a centrarse en el desarrollo de contenidos curriculares que privilegian temáticas conceptuales cuyo eje central es el sistema nervioso como estructura, evitando establecer puntos de conexión con áreas constitutivas del ser humano como lo son: afecto, familia, comunidad y cultura (Pedraza, 2010; Pedraza, 2005).


Las neurociencias no pueden ni deben seguir explicado al ser humano solo desde lo material, sin incluir otros aspectos que lo describen en su plano diferencial y que facilitan la distinción de dimensiones complejas y no excluyentes. Por ejemplo, resulta arbitrario hablar de neurodesarrollo solo considerando las bases neuroanatómicas y neurofisiolóficas explicativas de la migración celular o la especialización neuronal, sin considerar los contextos amplios de inmersión del individuo (hogar, colegio, comunidad) que determinan la especialización funcional y la adquisición de habilidades necesarias para la construcción de un ser social.


El entorno social no puede seguir siendo visto como un cumulo de estímulos con incidencia en el organismo. Este determina y está determinado por un engranaje maravilloso de piezas dentro de las cuales la biología, la psicología y la sociología encuentran sentido incluyente. El mundo cambia y con él debe cambiar el hombre, dando paso a nuevas formas de pensamiento abiertas, participativas, flexibles, contextuales y caóticas.

 
 
 

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